Javier Giménez (Café Bar Varela Varelita)

Javier Giménez es el dueño del Café Bar “Varela Varelita”, un establecimiento cuya antigüedad, actividad y relevancia local le otorgaron un valor propio y el título de “Café Notable”. Pero no solo es este emblema de Buenos Aires, Argentina, lo que destaca, sino también aquel hombre que comenzó como único trabajador del lugar y terminó comprándolo y administrándolo con su familia.

Nacido y criado en Goya, Corrientes, una provincia de la Mesopotamia y el interior argentino, Giménez creció como alguien introvertido y a la vez emprendedor desde temprana edad.

“Me casé a los 18 años con una compañera de la secundaria y ya empecé a trabajar”, cuenta un muy simpático Giménez, con un acento rioplatense que no pierde sus toques correntinos.

“Estuve allá más o menos hasta los 20 años. Inmediatamente vine acá (Buenos Aires), alquilé una habitación en un hotel familiar y, al poco tiempo, vino mi señora ya con mi hijo que ahora tiene 32 años”.

Habiéndose instalado en el barrio “porteño” de Palermo, situado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, capital de la República Argentina, Javier Giménez comenzó a trabajar, primero, en el puesto de flores que estaba enfrente de su futuro bar.

“Ahí trabajaba desde las 10 de la noche hasta las 10 de la mañana y, como eran muchas horas a la noche, de madrugada, para no dormirme iba al puesto de diario que estaba cerca y ayudaba al diarero”, relata el trabajador gastronómico.

“Le armaba los diarios gratis al dueño, sin lucro, y él me prestaba revistas para que leyera y no me durmiera”.

Unos meses después, se marcaría su destino: ese emblema porteño de Palermo llamado “Varela Varelita” necesitaba un mozo y, en consecuencia, el dueño del kiosco de periódicos lo recomendó.

“Él me presentó a los dueños de acá y ahí empecé a trabajar. Ya hacen más de 30 años…”, relata Javier, quien comenzó como único empleado con un mes de prueba como lavacopas y, además, era ayudante en la pizzería que había al frente.

Nacida a comienzos del siglo pasado como una pulpería, un tipo de establecimiento comercial de la antigüedad del Cono Sur que proveía todo tipo de productos y alimentos para la vida cotidiana, y que por lo general era escenario para “gauchos” y sus “guitarreadas”, “Varela Varelita” dio sus primeros pasos en los años 50 como bar. Antes llamado “Bar Ricci”, esta propiedad de cuatro españoles y un argentino lleva un nombre como homenaje a uno de sus dueños (don Varela) y su hijo (Varelita).

Respecto de su arribo como empleado en 1992 y su posterior transición a dueño, Giménez confiesa:

“El proceso se dio porque tuve la suerte de caer acá, donde los socios permitían también tener acceso a gente de afuera. Eso pasaba mucho antes en los negocios que se formaban; por ejemplo, cinco socios se juntaban, armaban un negocio y después les daban puntos a los empleados”.

Este emprendedor argentino explica que los cinco socios tenían un 20 por ciento del negocio cada uno, mientras que él era el único empleado. Luego, tras el enojo de cuatro socios con otro, hubo una venta de partes y, por ende, nuevas personas ingresaron.

“Uno de los socios”, continúa, “ya era un hombre grande y no quería trabajar. Era español, pero con toda la documentación que lo hacía ciudadano argentino, y su mujer estaba enferma. Entonces él contrata a una mujer de Paraguay para que la atienda”.

Lo cierto es que la esposa terminó falleciendo y él cayó enfermo, ahora bajo el cuidado de esa mujer paraguaya. Pero la cuestión no tuvo un fin ahí:

“Él le ofreció casamiento (a la paraguaya), pero no para compartir cama ni para hacer vida matrimonial, sino diciéndole: ‘Me quiero casar con vos, porque quiero que tengas los papeles, la ciudadanía, y puedas vivir mejor’”.

Y dicha señora, bendecida por tal posibilidad en su edad madura, aceptó casarse.

Convirtiéndose en heredera tras la muerte de aquel hombre, uno de los dueños del bar, la fortuna se direccionó a Javier:

“Ahí ella se acordó que yo una vez le quise comprar la parte que tenía del negocio”.

Fue así que, en el año 2011, Javier Giménez pasó a ser uno de los dueños del Café Bar Varela Varelita.

“El tipo (por aquel difunto dueño) me había pedido cualquier cosa y yo no tenía ni un peso partido al medio, entonces no se lo compré en aquel momento”, dice siempre entre risas.

“La mujer se acordó de que lo quería comprar y me ofreció la parte del 40 por ciento que tenía. Ella me lo ofreció en cuotas. Entonces ahí aproveché, pedí plata prestada, vendí un autito que tenía e hice todo para comprar esa parte. Le fui pagando las cuotas que ella me dio y así me hice esa parte del negocio”.

El correntino, desde ese momento principal encargado del notable café, le fue aportando su impronta, así como mejoras siempre destinadas a la satisfacción de los clientes, incluyendo cerrar el local de madrugada si es necesario. No es por ello de extrañar que, con décadas de trabajo como empleado y como dueño, la importancia para él radique en quienes concurren al lugar…

“Lo mejor de tener el bar es poder interactuar con la gente. Yo no me siento ‘dueño’, me siento parte del bar. Entonces, al ser parte del bar, podés interactuar con los clientes, conocerlos, hacer amistad… Eso es lo bueno que tiene este bar, en particular. Hay muchos que por ahí tienen un trato más de cliente-dueño y nada más, acá no”, plantea Giménez la diferencia con su competencia.

Orgulloso de sus tradiciones y del folklore argentino, también saca a relucir que allí tienen un grupo para ir a jugar al fútbol (soccer) los lunes, mientras que los jueves hay fútbol mixto, con hombres y mujeres, y los domingos “hacen alguna comida”.

“Se hace amistad con los clientes. Siempre pasó así, desde que estoy aquí hace muchos años”.

Cuando de legado se trata, Giménez se alegra al pensar en sus hijos: “Me gusta que lo tomen como si fuera de ellos, y va a quedar para ellos”.

Ahora bien, si hay una época que no puede evitar evocar con tristeza, que se vivió en todo el mundo, es la de la pandemia de COVID-19.

“Durante la pandemia me sentí muy agobiado, como un poco deprimido. Pero ahí mis hijos me ayudaron para que yo pudiera seguir adelante y ponerle ganas, que era algo que precisaba en ese momento el bar. Por la pandemia, estaba todo cerrado, no había gente, y había que pagar igual a los empleados y esas cosas…”, se lamenta al recordar.

Contento de que sus hijos, quienes trabajan ahora en el bar, puedan seguir manejando el negocio en el futuro, Javier Giménez ya tiene metas para los próximos años.

“Armé un grupo de trabajo”, explica. “Yo tengo el 40 por ciento del negocio, otro socio tiene otro 40 y hay uno que falleció en 2015 que tenía el 20 por ciento, así que compramos esa parte y ahora tenemos 50 y 50, pero preparé el terreno y mi socio estuvo de acuerdo en que ese 20 por ciento que nos correspondía a nosotros se lo pasáramos a los empleados de acá. Entonces ahora es una SRL”.

De modo que, ahora con las partes repartidas entre él, su socio, familiares y empleados, su meta es muy clara: “Que ellos (los jóvenes) se hagan cargo del negocio más que lo que yo me hice cargo durante mucho tiempo”.

Sin embargo, Giménez advierte:

“La gastronomía es muy sacrificada. Por lo general se abre de lunes a lunes, y lo bueno sería tener un día, inamovible, para descansar”.

Aunque también dice y aconseja al respecto:

“El ‘boliche’ (negocio, restaurante) se basa más en su gente que en lo que uno puede dar. Uno puede dar el mejor bife, pero si la atención es mala la gente no viene, por ejemplo. Entonces lo principal que hay que tener es buena atención al cliente. El cliente tiene que sentirse a gusto, eso hace que él quiera volver y aparte te hace el trabajo más ameno porque vos no estás renegando por una cosa u otra. Es más ameno y fácil venir a trabajar así”.

¿Qué tan difícil es adquirir un negocio? “No es complicado si tenés plata”, responde Giménez riendo.

“Si no tenés plata, como yo que era empleado, sí es complicado… como también lo es el día a día, tratar con la gente, que es lo que hay que tener más cuidado…”.

 “Lo que pasa es que, acá en Argentina, tenemos a veces muchas cargas que hacen todo más difícil”, añade su reflexión acerca de su país.

Por último, demostrando que su éxito no solo está en lo laboral, sino también en el amor, Javier Giménez vuelve a recordar aquella juventud en la que encontró a la mujer con quien terminó casándose.

Y, ante eso, comparte su sabiduría:

“Hay un consejo que es ley, algo que hace muchos años me quedó: ‘Que (las parejas) nunca se vayan a dormir estando enojados’. Nunca hay que estar enojados. Siempre en una pareja la culpa es de los dos, no de uno. Nunca tiene la culpa uno solo. Si por ahí ella tiene un día mal, si está muy ‘loca’, uno tiene que ceder; y si por ahí uno es el que está mal, muy ‘loco’, tuvo un día horrible, ella tendría que ceder. Pero nunca acostarse enojados”, repite y cierra este trabajador argentino que, de lavar copas, pasó a administrar como dueño un bar tan emblemático.

Un negocio de más de 70 años, atendido por personas que destacan la magia de sus clientes. QS

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